Plaisir de Fleurir. MONIQUE BASTIAANS
Desmitificaciones
contemporáneas en torno al “Locus Amoneus”.
Por
Rosa Ulpiano
Para la filosofía platónica, la idea de la naturaleza basada en la teoría
del designio, correspondía todo a una ordenación y propósito de la naturaleza
contemplada por el artista, era una reproducción de segundo orden de
conocimiento, alejándose de premisas como lo existente e invisible.[1] Carga
metafísica que evolucionaría en el tiempo hacia un andamiaje físico, una
construcción cultural, tratada por diferentes artistas desde una apreciación
estética, en que la naturaleza era un complemento escenográfico donde aparecía
el hombre, valor secundario visto a través de una visión antropocéntrica, un
orden sometido por la mirada del artista. No obstante, será ya a partir del
siglo XIX cuando aquella carga metafísica clásica desembocaría en una entidad
superior, en un medio donde el ser humano ocuparía desde entonces un lugar en
el cosmos y cuya intervención en el medio, reconstruirá con anhelo un recuerdo
de paisajes que existieron.
Paisajes que han
sido degradados, en su mayoría por la intervención humana, y que a través de
una proyección estética son ahora transformados por la particular visión del
creador. Unas veces por mediación de la pintura o la escultura y otras por el
uso de los nuevos mass media o por la legitimación a través de la intervención
paisajística o Land Art transformándolos en espacios seductores. Pero, no se
trataría de un intento de salvación o mejora a través de la vuelta al origen,
sino más bien de un enmascaramiento estético del paisaje agredido, ya sea
urbano o rural dotándolo así de un nuevo aspecto a través del artificio
plástico y conceptual. En este sentido Monique Bastiaans, a lo largo de toda su trayectoria artística interviene
diversidad de espacios
en el 2002 instala grandes telas rojas sobre 270 naranjos muertos, en Ribaroja
del Turia con su pieza “Adeu tristeza”. O en
el 2006 en el parque holandés Odapark de
Venray. Con “Por si las moscas”, donde reconstruye
caminos artificiales a través del bosque. Monique crea instalaciones que juegan
con la vista, el tacto, el sonido y el olfato para suscitar en el espectador
las más diversas emociones. Paulatinamente, sus esculturas realizadas en
diferentes tipos de tejidos, plásticos, siliconas, hacen que la artista esté en una
continua búsqueda de soluciones técnicas, formales y estéticas envueltas en un lenguaje abstracto reflejando de igual
modo, ese gusto por las formas orgánicas y por la naturaleza. En Plaisir de
Fleurir recrea un sofisticado juego de las luces, olores y
sonidos ricos en matices, que acentúan el efecto abstracto de la composición; Espacio
enigmático donde Bastiaans funde lo formal y lo conceptual en un
vocabulario estimulante, que pretende reavivar nuestra mirada por aquellos espacios mágicos y enigmáticos,
y que remite a los más diversos jardines, impregnados del sentido de la
transmutación perpetua, de la impronta alquímica y mística.
Plaisir
de Fleurir remite simbólicamente a aquel jardín
sagrado del pensamiento alegórico medieval,....y cuyos antecedentes vislumbran
determinados lugares e identidades de Dioses primitivos, así como alteraciones paisajísticas de la inconsciencia. Y es que a
lo largo de la mitología, el culto, o la religión, la divinidad siempre ha sido
buscada tanto en los templos, como en visiones o sueños en torno a la
naturaleza. Lugar hermosísimo e intensamente anhelado, “Locus amenaus”; lugar de meditación, espacio sagrado, de divinidades
adoptadas por el mundo medieval, o huerto
mundano, sensual, evocador de las leyendas del Oriente Próximo, del jardín
paradisíaco de la diosa Siduru[2] en el que Gilgamesh, rey de Uruk, accedió en busca de la fórmula
de la inmortalidad, paraíso de árboles recubiertos de piedras preciosas, y
exuberante vegetación. Antecedentes del Paraíso Terrenal cristiano, del jardín
del Eden en las Sagradas escrituras,
como la riqueza de piedras preciosas y materiales brillantes tan a menudo
representados en las ilustraciones miniadas, y la caracterización de la Montaña del Mundo, lugar
donde tradicionalmente se sitúa el jardín del paraíso.
«Jardín secreto», que ilustró magistralmente Hieronymus Bosch (1453-1516) en “El jardín de las delicias”, mediante asociaciones que describen los
aspectos eróticos de la vida, placeres exóticos, que rememoran la «amoris
curia», el laberinto de la voluptuosidad, con el pozo o estanque del que
emergen grandes lirios, o las
evocaciones de Merrily
antesala de la "fuente del amor",
usada por los lujuriosos evocando el Jardín de amor y las ilustraciones
del Roman de la rose.Pero,
cuyas barreras intelectuales, y físicas entramadas por un convento medieval, lo
aíslan a través del pensamiento o la imaginación; sumergiendo al espectador más
allá de un héroe de leyenda, o de un valeroso Gilgamesh, es decir, por un nuevo
universo, el mediático, una nueva cultura que nos absorbe, que identifica como
“natural” y que su historia proviene de “la naturaleza”: Es lo que en cierta forma recoge,
Marshall Mcluhan, cuando expresa que “los
nuevos medios no son puentes entre el hombre y la naturaleza. Son la naturaleza”[3]. Desmitificación de aquel paraíso terrenal en el que los oníricos ríos, las flores, los
bosques han perdido su importancia omnipresente siendo ahora sustituidos por carreteras,
automóviles, centros comerciales, etcétera. El locus Amenaus o hermoso paisaje asimilado por su última
representación con la Gran Hermana, representa esta imagen final o último estadio, leit motiv con el que Bastiaans recrea
la doble paradoja entre lo mediático y lo espiritual.
[1] “...,
del mismo modo que si nos hubiésemos encontrado con unos dibujos exquisitamente
trazados y trabajados por mano de Dédalo o de algún otro artista o pintor. En
efecto, me figuro yo que cualquiera que entendiese de geometría reconocería, al
ver una tal obra, que no la ha habido mejor en cuanto a ejecución; pero
consideraría absurdo en ponerse a estudiarle en serio con idea de encontrar en
ella la verdad acerca de lo igual o de lo doble de cualquier otra proporción”. Platón.: La Republica, Madrid, Alianza Editorial, 1988
[2]
Este
jardín, situado más allá de las puertas del sol, sería el último límite de la Tierra antes del Mar de la Muerte, más allá del cual
habita la inmortalidad. Es éste un límite -el último- infranqueable para
cualquier mortal. Gilgamesh -acaso gracias a sus dos tercios divinos- logrará
franquearlo con la ayuda del barquero Urshanabi, pero tendrá que volver a
cruzarlo de vuelta, sin haber conseguido la inmortalidad anhelada; aunque
traiga de vuelta consigo una sabiduría que le hará ser recordado como “aquel
que ha visto todo, aquel que ha conocido todo”.
[3] Marshall Mcluhan, Understanding media, McGraw-Hill, New
York, 1964, p.61.